El señor Alzheimer está esperando en la calle
Cuanto más enfermo se pone Enric Álvarez Guayta, más sano se siente. Para él, la enfermedad de Alzheimer es una figura amenazadora que espera fuera, en la calle. Pero para su esposa, Mónica Pamies Bermúdez, hace tiempo que la enfermedad de Alzheimer se mudó a vivir con ellos.
Enric Álvarez Guayta
España
63 años. Casado. Un hijo de un matrimonio anterior.
Profesión
Trabajaba como agente de aduanas.
Diagnóstico
En 2014, Enric fue diagnosticado de enfermedad de Alzheimer.
Cuando Mónica siente que va a explotar, se refugia en la cocina. Allí, junto a la encimera, puede mirar por la ventana mientras bebe una taza de té y se toma un respiro. La transformación de su marido ha sido grande, pero son los pequeños cambios, los que a ella más le cuesta más asimilar. Por ejemplo, Enric ya no distingue la espuma de afeitar de la pasta de dientes. Mónica se pregunta cómo es posible. Un hombre que tenía tanta energía, tanto talento…
Antes, Enric era el chef en su matrimonio. Después de trabajar, los dos se daban prisa para llegar a casa y encontrarse en la cocina, donde él cocinaba mientras ella le hacía compañía. Enric rebosaba alegría de vivir, y cada cena con él y su hija Raquel era una pequeña fiesta. De vez en cuando, la pareja todavía se encuentra con los antiguos compañeros de Enric por la ciudad. Todos le dicen: “Te echamos mucho de menos, Enric, nos reíamos mucho contigo”.
Los primeros signos de advertencia aparecieron tan discretamente que no parecían signos de nada. Raquel le pidió a Enric que no hiciera nada con patatas para cenar, y él cocinó precisamente patatas. Luego, otro día, directamente no hizo la cena. “¿Por qué tengo que ser yo vuestro sirviente?”, exigió. “Que lo haga Raquel”. Madre e hija se quedaron atónitas. Durante 15 años, para él había sido un placer cocinar para su familia. Y siempre había mimado a Raquel. ¿A qué venía ese enfado de repente?
En 2012, despidieron a Enric. Se pasaba el día tirado en el sofá, sin buscar un nuevo trabajo, y por la noche, cuando Mónica llegaba del trabajo, acababan inmersos en discusiones que la dejaban cada vez más confusa. Un día, en medio de una pelea, ella le dijo: “Repíteme lo que te acabo de decir”. Su reacción le pilló totalmente por sorpresa. Porque él no pudo responder: no se acordaba. Mónica empezó a reflexionar sobre todas las señales que mostraban que su marido no era él mismo y acabó por convencerse: debía de estar deprimido por el despido. Raquel le dio la razón. Entonces, una noche, Mónica se quedó absorta viendo un programa de televisión. De repente, todos los signos apuntaban a algo distinto.
Enric había olvidado que a Raquel no le gustaban las patatas. Cuando protestaba por tener que cocinar, era porque no se aclaraba en la cocina. Y cuando ella era incapaz de seguir el hilo en aquella maraña de conflictos, era porque no había ningún hilo que seguir. El programa de televisión era una recaudación de fondos para la enfermedad de Alzheimer.
En la actualidad, varios años después del diagnóstico de Enric, Mónica sabe perfectamente cómo la enfermedad de Alzheimer va cambiando a su marido. Enric no cree que le pase nada malo. “No pasa nada”, le dice con una flamante sonrisa a su mujer.
Mónica explica que él se guía analizando las expresiones faciales de la gente, escuchando el sonido de sus voces y, a partir de ahí, hace sus suposiciones. Su casa sigue siendo un lugar seguro para él. Pero fuera le aguardan los peligros. Ha empezado a ver su enfermedad como una figura que lo espera en la calle, que quiere hacer que se pierda. Enric llama a este personaje “el señor Alzheimer” y dice que evita “caer en sus garras” evitando salir de casa solo. Siempre que Mónica esté presente, todo irá bien. Si ella no consigue protegerlo de las garras de la enfermedad, Enric refunfuña. “Estoy enfadado con el señor Alzheimer”, afirma él entonces. “Maldita sea, señor Alzheimer”.
En las frases de Enric, se entremezclan los fragmentos con sentido. No obstante, Mónica asegura que hay un lugar en especial donde su marido puede expresarse bien. Enric acude a clases de terapia artística una vez por semana. Uno de sus últimos dibujos muestra caras serenas que flotan como globos entre los árboles. De sus cabezas, brotan una especie de ramas con hojas. Las ramas se entrelazan unas con otras y se convierten en dedos. Pero, ¿qué aspecto tiene el señor Alzheimer? Enric coge un carboncillo. Su mano sabe lo que hace. Dibuja una cara con trazos firmes y rápidos. Lleva un sombrero con una elegante pluma y unas grandes gafas de sol. Ese es el aspecto del señor Alzheimer. Pero, ¿por qué esas gafas tan grandes? Enric no duda en contestar. “Porque yo llevo gafas”, explica quitándose las suyas enseguida.
Mónica necesita poner toda su atención en organizar su día a día. Desde las seis de la mañana hasta aproximadamente medianoche, cuando se acuesta, Mónica atiende las constantes necesidades, tanto grandes como pequeñas, de los demás. Antes de ir a trabajar, prepara la ropa de Enric y hace el desayuno. En el trabajo, trata con clientes de todo el mundo. Un trabajo que le va bien a su temperamento. Mónica disfruta de la energía y el ritmo frenético de su puesto: toma decisiones, va directa al grano, bromea con sus compañeros sin parar ni un minuto y su teléfono no deja de sonar. A menudo, quien la llama es Enric. Cada vez que busca algo, la llama y ella le ayuda por teléfono a encontrarlo. “He tenido que desarrollar una memoria fotográfica para poder hacerlo”, afirma. Y añade con una sonrisa: “Últimamente, yo soy Google Maps”. Intenta responder siempre rápido y con paciencia, porque si deja que suene el teléfono acaba preocupándose. Diez minutos más tarde, Enric vuelve a llamar. Y luego otra vez. Y, al día siguiente, Mónica vuelve a empezar desde cero.
Raquel ya no vive en casa, pero es consciente de cómo se esfuerza su madre por no sucumbir al estrés. Hace poco, se ofreció a pasarse por casa todos los días para asegurarse de que Enric comía a mediodía. Eso le quitaría un gran peso de encima a su madre, porque Enric se olvida de comer cuando está solo. Sin embargo, a Mónica le costaba aceptar la oferta. Después de todo, Enric era su responsabilidad. Raquel insistió. Y volvió a insistir. Mónica imita la amable voz de su hija: “¿Mamá? Venga, mamá, quiero hacerlo, por favor, deja que lo haga”. Mónica suelta un tembloroso suspiro. “Al final accedí”. Respira hondo y añade: “Pero me sentí muy mal por ella”.
De vez en cuando, por la noche, mientras Enric ve la tele en el salón, Mónica va a sentarse a la cocina. Allí, siente la presencia del antiguo Enric. Le tiene cariño al color rojo oscuro de las paredes. Reflexiona sobre las pequeñas crisis del día y sobre cómo puede ayudar mejor a su marido aquí y ahora. Enric va dejando sus camisas por todas partes y cambia las cosas de sitio. Luego, se frustra cuando no es capaz de encontrar nada. Y ella se pregunta si no será demasiado estricta con él por intentar que tenga el piso en orden. ¿Existen formas mejores de ayudarlo? Hay otras cosas en las que no es capaz de pensar. Todavía no.
La primera vez que vio a Enric, él estaba con un grupo de compañeros que parecían bastante serios. Sin embargo, Enric captó la atención de Mónica porque irradiaba calidez y pasión por la vida. Y ella comprendió que quería acompañar a aquel hombre. “Nos reímos todo el rato”, recuerda. “Nos reímos de la vida”. Para Mónica, ese momento es un gran recuerdo. Ella tiene la sensación de que su marido ya no se reconoce a sí mismo cuando se mira al espejo. Pero ella sí lo ve. Ve con claridad al Enric que una vez fue, y acompaña al Enric en el que se está convirtiendo.