Los ojos la miran sin pestañear
Para una niña asustadiza, un mundo de fantasía es un refugio. Así era para Ditte Grauen Larsen, que ahora tiene 26 años. Pero eso también abrió la puerta a un universo donde las hojas de los árboles tenían ojos que la observaban y donde la realidad se volvía cada vez más escurridiza.
Ditte Grauen Larsen
Dinamarca
26 años de edad. Viviendo con su pareja y esperando un hijo.
Profesión
Profesora de educación primaria
Diagnóstico
En 2012, a Ditte se le diagnosticó esquizofrenia paranoide.
Alguien que murmura para sí mismo en el autobús. ¿Estará borracho? ¿Puede que esté loco? Según Ditte, cualquiera puede percibir a una persona así desde lejos, y enseguida apartará la mirada y se sentará en otro sitio. Cuando iba a la escuela, Ditte a menudo sentía que sus compañeros de clase la veían así. Era la rara. Hoy en día todavía se pregunta por qué. Cuando mira sus fotos de esa época, ve a una niña discreta, con el pelo largo, que no destaca en absoluto. La niña en las fotos del colegio está sonriendo. Es pura fachada.
A su madre le diagnosticaron un tumor potencialmente mortal cuando Ditte era pequeña, y el miedo a que su madre muriera, la dejó en un estado de alerta permanente. Aproximadamente en la misma época en la que su madre enfermó, los padres de Ditte se divorciaron, y ella se pasó el resto de su infancia intentando no ser una molestia. Era tan complaciente que era como si apenas existiera y, de vez en cuando, desaparecía por completo. Desaparecía en un mundo mágico de fantasía y cuentos de hadas, un mundo en el que una familia de gnomos podía vivir bajo un tronco en el bosque. En ese mundo, ella era un hada. Y si algún adulto la asustaba con un brote de ira, era porque aquella persona era en realidad un trol.
Desde séptimo hasta décimo curso, Ditte tuvo que soportar una forma especial de agonía y, como tantas otras cosas, era algo a lo que se sometía en silencio. Podía parecer algo inofensivo: cada mañana, iba en autobús a la escuela y, cada tarde, volvía en autobús a casa. Pero, dos veces al día, el viaje en autobús hacía evidente hasta qué extremo estaba aislada. Ahora, Ditte cree que su yo interior se quebró ahí mismo, en ese autobús escolar, en algún momento de octavo curso, mucho antes de padecer una enfermedad mental. Hoy en día, como adulta, Ditte visualiza a la niña de 14 años que viajaba en autobús. Los niños populares se sentaban en la parte de atrás. Los perdedores, delante. La Ditte adolescente se sentaba en la primera fila de la mitad trasera del autobús, con la esperanza de que se metieran menos con ella que si iba delante. El autobús estaba repleto de estudiantes alborotados que se reían escandalosamente. ¿Se estaban burlando de ella? Ditte estaba segura de que sí. El asiento que hay junto a ella está vacío. Y la Ditte adulta dice: “Ninguna fantasía puede salvar a esa niña”.
A medida que iba creciendo, Ditte intentó una y otra vez reinventarse como “una versión nueva y mejor” de sí misma, alguien que encajara. Era incansablemente optimista y agradable. Llevaba la misma ropa que las chicas populares. Sonreía sin cesar mientras, tras esa fachada, su mundo interior se volvía cada vez más fuerte. En muchos sentidos, ese mundo era más interesante y divertido que su vida cotidiana. Si se aburría en clase, podía fantasear e imaginar que el pelo del profesor cambiaba de color y se volvía morado. O podía hacer aparecer a un pequeño león y ver cómo interpretaba una escena de “El rey león” sobre la mesa del profesor. Pero, entonces, su mundo interior empezó a infiltrarse en el mundo exterior de una forma que ella no podía controlar. Un sinfín de pensamientos obsesivos empezaron a rondarla: una de sus profesoras era bruja y, si las iniciales de la bruja estaban en la matrícula del autobús, Ditte no podía montarse en él. Además, solo podía ponerse calcetines de pares distintos, nunca dos del mismo par.
La tormenta que inundaba la mente de Ditte se volvía cada vez más fuerte. Las canciones que había escuchado a lo largo del día se amontonaban y se reproducían simultáneamente. Los pensamientos daban vueltas en su cabeza sin sentido. “Perdí totalmente el rumbo”, explica ella.
“No podía concentrarme solo en una cosa, porque había un millón más igual de apremiantes”.
Ditte Grauen Larsen
Y las cosas más sencillas podían ser letales. Si se montaba en el autobús de la bruja, su madre moriría. Si se ponía calcetines del mismo par, su madre moriría. Ditte cargaba con el peso de mantener a su madre con vida. Mientras estaba en el instituto, Ditte empezó a tomar antidepresivos. Pero el medicamento no cambió la realidad en la que vivía ni su lucha por mantenerla oculta. “Mi fachada lo era todo para mí”, cuenta hoy. “Hacía uso de toda mi energía para mantenerla”.
Los ojos no pestañeaban y la seguían, dependiendo de dónde estuviera. Ditte tenía la sensación de que querían asegurarse de que llevaba a cabo correctamente sus actos compulsivos. Los ojos eran reales. Eran tan reales como los árboles, como las hojas de los árboles, y precisamente desde las hojas de los árboles la observaban. Ditte no hablaba sobre los ojos, porque tal vez fuera totalmente normal verlos. Puede que los demás también los vieran y, de ser así, pensarían que Ditte era débil por tenerles miedo. O tal vez pensaran que estaba loca y, en ese caso, seguro que la internarían y nunca volvería a ser libre. Sea como fuere, pensaba ella, hablar del tema era más peligroso que guardar silencio. Ditte había pasado por mucho hasta llegar al punto en que los ojos de los árboles la vigilaban.
Algo se había roto en su interior cuando tenía unos 14 años y, a partir de entonces, las grietas se habían ido haciendo más profundas. Todo esto se fue manifestando en forma de ansiedad social, depresión, pensamientos obsesivos y autolesión, hasta que finalmente derivó en psicosis. Eso pasó a finales de 2012. Entonces, tenía 20 años y, desde que se había graduado en el instituto, había estado trabajando en un supermercado. Varios meses antes, había ido a ver a un psicólogo que le había aconsejado dejar de tomar antidepresivos. “Tienes que dejarlos de golpe inmediatamente”, dijo el médico. Entonces, aparecieron los ojos de los árboles.
Ditte había obligado a su madre a prometer que nunca la hospitalizaría. Pero había una intervención con la que Ditte estaba de acuerdo. El centro local de salud mental tenía un programa ambulatorio para la detección temprana de la psicosis, y madre e hija pidieron cita. La primera consulta en ese centro se convirtió en un punto de inflexión para Ditte. Enseguida le asignaron un tratamiento. Pero el diagnóstico dejó a su madre muy consternada. Ditte, sin embargo, sintió todo lo contrario: sintió que le quitaban un peso de encima. No era normal sufrir como ella había sufrido. La gente normal no se sentía como ella. Nadie esperaba que tuviera que soportarlo.
Hoy, cinco años después de aquel invierno, Ditte es profesora en un colegio. Ha encontrado cosas a las que aferrarse dentro de sí misma y se ha convertido en alguien en quien los demás confían. Ahora considera que sus años de silencio crearon una jaula a su alrededor, y que hablar abiertamente de su diagnóstico puede liberarla de su prisión. Pero sincerarse no evita que le hagan daño, y sus puntos débiles suelen verse amenazados. Cuando se convirtió en la tutora de una clase de octavo, una de las madres buscó a Ditte en Google y descubrió que había dado charlas sobre la esquizofrenia. Esa madre escribió a los padres de los otros alumnos diciendo que la nueva profesora le generaba muchísima ansiedad. “Tuve miedo”, recuerda Ditte. ¿Me rechazarían todos los padres? ¿Perdería mi trabajo? Su primer impulso fue guardarse sus sentimientos. Pero, tras hablar del tema con un compañero, decidió contárselo a la directora de la escuela. Y la directora le dijo que no le diera más vueltas, que ella defendería a Ditte.
Ditte es consciente de que, debido a su historial, no es como los demás. Pero su turbulento pasado también le había proporcionado habilidades especiales. Tienen un instinto para percibir el estado de ánimo de la gente. Puede detectar los cambios más diminutos en la expresión facial de alguien y tiene una sensibilidad especial para percibir a los niños que no están bien psicológicamente. Ditte puede sentir cuando el que está sonriendo no es el niño en sí, sino su máscara. Esos niños no siempre saben qué tienen que decir. Pero Ditte sabe qué preguntar.
Una niña pequeña se mira las manos a la hora de la siesta. Finge que cada uno de sus dedos es una persona. Ese es el primer recuerdo de Ditte. Ahora, se ha convertido en una persona que ha estudiado para ser profesora, a pesar de que sus terapeutas le aconsejaron que no lo hiciera porque daban por hecho que fracasaría. Se ha convertido en una persona que rinde bien en un trabajo exigente a tiempo completo. Se ha convertido en una persona que acogió a un gatito abandonado con una terrible infección ocular, un gatito que ha crecido y se ha convertido en un gato fuerte y en parte de su pequeña familia. Y ahora, está a punto de abrirse una nueva puerta en su vida.
Ditte va a tener un hijo con su novio. Siempre había querido ser madre y sabe perfectamente qué tipo de madre va a ser: todo lo contrario a un ama de casa modelo.
“Seré la madre que construye fuertes con mantas, cojines y sillas. La que se disfraza para ir a por caramelos en Halloween con su hijo”
Ditte Grauen Larsen
La cara de Ditte se ilumina de alegría cuando describe lo que ve en su mente. Esta es su verdadera cara, y no tiene miedo de enseñarla.